Dicen los apresurados que el “tiempo es oro”. No saben que hubo una época en la que el oro, la plata y el tiempo se entrelazaban en las pacientes de los artesanos para tejer maravillas de geometría, Labores minuciosas sin un reloj encima que sí convertían el tiempo en joyas únicas destinadas a pasar como patrimonio familiar de generación a generación. La filigrana charra, interpretación de un arte ancestral de la orfebrería que cobró identidad propia en esta región de la península, se ve abocada a un futuro incierto por la desaparición de la mayor parte de los artesanos que en las últimas décadas mantuvieron la llama.
No abundan los estudios sobre la técnica artesanal de la filigrana. Hay vestigios de su práctica que se remontan al siglo VII antes de Cristo y, remontándonos más lejos, se ha llegado a situar su origen en la India. La investigadora María Eugenia Bueno apunta a que Salamanca, como cruce de caminos, pudo conocer estas delicadas artes hasta por tres vías distintas: la mediterránea, que trajo las artesanías de los pueblos babilonios y etruscos de Oriente Medio, la africana de la cultura bereber y la atlántica del territorio galaicoportugués y sus influencias marítimas. “Creo que uno de los primeros elementos de globalización en el mundo pudo ser la técnica de la filigrana, porque se dio en muchas partes del planeta. Las representaciones geométricas a partir de un hilo parten fundamentalmente de la observación del universo, y buscaban la belleza con un lenguaje fundamental que son las matemáticas”.
La dominación romana impulsa en Hispania el concepto de joya como símbolo de poder, que ha perdurado hasta nuestros días. “El botón charro no es otra cosa que una fíbula romana”, apunta María Eugenia Bueno. Con el paso de los siglos, el trabajo artesanal con metales preciosos fue adquiriendo en Salamanca un notable vínculo con la vestimenta tradicional, el traje y vestido de gala que se lucía en la fiesta mayor, las bodas y las grandes celebraciones. Días, semanas de laborioso trabajo en el taller eran exhibidas con orgullo en las ricas vestimentas tradicionales. Pequeñas maravillas en metales preciosos en las que el oro y la plata dialogan con el aire, la luz y la sombra. “Son las joyas del pueblo llano –apunta María Eugenia Bueno–. Dicen mucho y pesan poco”.
Los siglos XVIII y XIX traen consigo el auge de esta artesanía tradicional. Pendientes, gargantillas, medallas, cruces, escapularios, broches cuidadosamente trabajados en los talleres de las zonas rurales integran los pequeños tesoros que pasan de madres a hijas. El Sancta Sanctorum de cada familia que encierra sus recuerdos en un preciado cofre, aunando al valor económico el valor artístico y sobre todo el sentimental. Hasta que el siglo XX cambia el signo de los tiempos con la primera oleada de emigración a inicios de la centuria y, sobre todo, con el drama de la Guerra Civil, cuando infinidad de joyeros familiares fueron entregados, voluntariamente o a la fuerza, para ser llevados a fundir y costear con ese oro y esa plata los gastos de la contienda.
La provincia de Salamanca perdió entonces para siempre infinidad de joyas de su patrimonio artístico creado por sus orfebres. Fue el primer mazazo para un arte que, con la llegada de los tiempos modernos, el turismo y las nuevas modas, se vio de pronto denostado por las nuevas generaciones. Para la joven charra que estudiaba en la ciudad, las joyas tradicionales pasaron ser consideradas algo “antiguo”. La tradición empezaba a romperse y con ella, se resquebrajaba parte de nuestra identidad cultural.
La caída de la demanda afectó a los talleres de orfebrería. El incremento de los costes de producción y, sobre todo, de la mano de obra –que en otras épocas era poco valorada– han ido poco a poco bajando las persianas de muchas pequeñas empresas familiares –muchas de origen portugués– que se dedicaron a la orfebrería tradicional durante varias generaciones llegando en época reciente a abrirse mercados fuera de España: los últimos, por cierre o fallecimiento, Vasconcellos y José Luis Nieves en Ciudad Rodrigo y Michel Cordón en Salamanca. En la actualidad, es Luis Méndez, de Tamames, el máximo y casi único artesano que trabaja la filigrana charra y su labor ha sido reconocida y distinguida en España y fuera de nuestras fronteras.
El delicado proceso de creación de la filigrana al estilo tradicional nació siempre en el crisol donde se fundían los metales preciosos, principalmente oro y plata, al fuego donde ardía el carbón de encina aireado con el fuelle. El metal fundido se estira en un proceso mecánico en el riel, la trefiladora, los carretes y la máquina de hilar para crear primero estrechos cilindros y posteriormente hilos. Estos hilos podrán enroscarse para ser convertidos en guías, que serán los armazones de la filigrana. Por su parte, los hilos más finos se convertirán en filigrana una vez entrelazados, o “entorchados”, en una minuciosa tarea manual. Este hilo doble es luego “escachado” o aplastado hasta obtener un hilo plano.
En la confección del botón charro, la joya más conocida de la filigrana charra, el orfebre usa como guía un hilo redondo, no ‘escachado’, para crear con ayuda de las pinzas, pétalo a pétalo, la estructura de flor. Dentro de cada una de las minúsculas hojitas se colocan las pequeñas espirales, esta vez con hilo aplastado, que rellenarán la guía. Para soldar las piezas, Nieves aplicaba una sustancia compuesta por lima de plata, agua y bórax que exponía después al fuego. Al proyecto de botón charro se le da forma cóncava golpeándolo suavemente en la embutidera, un bloque de bronce con moldes circulares de diámetros variados.
Sobre la pieza, el artesano coloca después las casquillas, o semiesferas que ha fabricado fundiendo plata en bolitas que son moldeadas también en la embutidera. El proceso continúa en la segunda fila del botón, y una vez colocados todos los elementos, el artesano suelda el conjunto al fuego mediante el soplete o candil de boca. El grano central rematará el delicados y simétrico conjunto.
Al proceso de elaboración del botón charro ya solo le queda el lijado del conjunto y el pulido antes de que se le aplique la terminación deseada, como plata brillante, pavonada o sobredorada.
Pese a la voluntad de los artesanos del siglo XXI en respetar las técnicas tradicionales, podría decirse que en la filigrana charra actual es difícil encontrar el grado de finura en el hilo y de complejidad que llegó a alcanzar. El elevado coste de la mano de obra ha llevado a los talleres a simplificar algunos procesos y echar mano de la microfusión para fabricar múltiples piezas de un mismo modelo. Siguiendo el ejemplo de la fundición tradicional, aunque en este caso a pequeña escala, se parte de la pieza original para hacer moldes con metal y en un segundo paso, caucho, que envuelven la cera que será sustituida por el metal.
Procesos renovados para un arte antiguo que agoniza. Un futuro incierto espera a la filigrana charra tal y como la conocemos. Una parte de la identidad cultural salmantinas se ve amenazada por los nuevos tiempos. ¿Quién mueve ficha?
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